Bishop Jaime Soto's statement on the death of Pope Francis

Bishop Jaime Soto has released this statement following the news of the death of Pope Francis:

 

Let us commend the Holy Father, Pope Francis, to the merciful embrace of Jesus, the Good Shepherd. His Holiness served as the Lord’s vicar on earth; may he now enjoy contemplating his beloved Savior in heaven. 

I remember when Jorge Mario Bergoglio stepped out on balcony of St. Peter Basilica as Pope, taking the name of Francis. Before imparting his first apostolic blessing, he asked the crowds of the piazza and the multitudes watching by video to pray for him. What followed was a stillness — a calm — that may have encircled the globe. We were one Church united in prayer for the newly elected Holy Father as he began his pilgrimage of hope. 

Some months later, I was in Rio de Janeiro for World Youth Day, the first international journey of Pope Francis.  The Holy Father spoke to the restless, buoyant congregation of youth overflowed along the beaches of Copacabana that curved around the sea. The Holy Father had just spoken of Jesus planting the seed of his wise, merciful, saving word in the young hearts.  He asked the boisterous multitude to be quiet, to let the seed go deep into their souls, and let Jesus speak to their hearts.  The rowdy rustling of the youthful crowd took on the stillness of sacred sanctuary, with only the soft rhythmic murmurs of the waves lapping on the sands. Everyone waited for the word of Jesus to speak to them. 

The Holy Father, by his passing, now leads us once again into the silence of prayer. In one of his initial interviews, Pope Francis identified himself as a sinner in need of God’s mercy. He beseeches us in this moment of sadness to ask for such mercy. His chosen papal motto spoke to this same self-understanding, “miserando atque eligendo” (having mercy and calling). We pray that as the Lord now calls his servant home may he also have mercy on him and all the faithful departed.  

 


Encomendemos al Santo Padre, el Papa Francisco, al abrazo misericordioso de Jesús, el Buen Pastor.  Su Santidad sirvió como vicario del Señor en la tierra; que ahora pueda gozar contemplando a su amado Salvador en el cielo. 

Recuerdo cuando Jorge Mario Bergoglio salió al balcón de la Basílica de San Pedro como Papa, tomando el nombre de Francisco.  Antes de impartir su primera bendición apostólica, pidió a la multitud presente en la plaza y a los espectadores que lo seguían por vídeo que rezaran por él.  Lo que siguió fue una quietud -una calma- que seguramente envolvió todo el globo terrestre.  Éramos una sola Iglesia unida en oración por el recién elegido Santo Padre mientras comenzaba su peregrinación de esperanza. 

Unos meses después, estuve en Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud, el primer viaje internacional del Papa Francisco.  El Santo Padre se dirigió a la apasionante y alegre multitud de jóvenes que desbordaban las playas de Copacabana que se curvaban alrededor del mar. El Santo Padre acababa de hablar de Jesús plantando la semilla de su Palabra sensata, misericordiosa y salvadora en los corazones jóvenes. Pidió a la multitud bulliciosa que guardara silencio, que dejara que la semilla penetrara profundamente en sus almas y dejaran que Jesús hablara a sus corazones.  El ruidoso susurro de la multitud juvenil adoptó la quietud de un santuario sagrado, con sólo los suaves murmullos rítmicos de las olas rompiendo en la arena.  Todos esperaban que la palabra de Jesús les hablara. 

Con su fallecimiento, el Santo Padre, ahora nos conduce una vez más al silencio de la oración.  En una de sus entrevistas iniciales, el Papa Francisco se identificó como un pecador necesitado de la misericordia de Dios.  Nos suplica ahora en este momento de luto que supliquemos esa misericordia por él.  Su lema papal, elegido por él, reflejaba esta misma autocomprensión; “miserando atque eligendo” (Mirándolo con misericordia y eligiendo).  Oremos ahora que el Señor Jesús llama a su siervo a casa, que también tenga misericordia de él y de todos los fieles difuntos.